Ráfagas inolvidables.

Ráfagas inolvidables.

El olor a sudor, agrío, revenido, empezó a marearme; consiguiendo que mi desayuno, tan apetecible por la mañana, llamara a la puerta de mi garganta con ganas de abandonar aquel vagón, al igual que yo. Intenté en vano girarme, pero estaba encajada como un puzzle entre los pasajeros de aquel tren.

La mujer de mi derecha, que me clavaba en las costillas en cada bamboleo su bolso negro de la época de la guerra civil, miraba al fortachón propietario de tan sutil hedor sin ningún pudor, haciendo aspavientos para que el susodicho por lo menos se avergonzase.

Yo, en cambio, me limitaba a sobrevivir como cada mañana, descifrando vidas en aquellas caras. Inicié un debate interno sobre si nuestro oloroso amigo era un currante, que poco podía hacer ante las maldades que la naturaleza hacía con nuestros cuerpos, o un cerdo de tomo y lomo. Y, aunque por defecto soy benevolente en mis historias, elegí la segunda opción porque ese sudor olía a rancio, a llevar décadas incrustado en aquella piel. Así que , por una vez, me alié con la vieja del visillo (no podía imaginarla de otra forma) y rogué a la joven de rojo, aplastada contra la ventana, que me dejara espacio para poder bajar.

No era mi parada, ni si quiera sabía dónde estaba, pero me daba igual.

El tren torció hacia el último tramo antes de la estación y todos nosotros también, al unísono, en la misma dirección.

Frenazo, apertura de puertas y una ráfaga de aire que llena mis pulmones… Libertad.

Atravieso un campo de cuerpos, molestos por mis embestidas, y consigo salir, como en una guerra. Aunque no me siento victoriosa.

“Mierda de día”.

El pitido de partida, una última mirada al interior a la pequeña vieja que respirará un poco más de hedor ahora que yo he huido. Me Dan ganas de sonreír y levantar la mano: “Bye, bye milady». Pero me contengo.

Entonces el ruido de unos pasos corriendo a mi espalda hacen que me vuelva, y allí está él. No mira el tren que acaba de perder, solo me mira a mí.

Lanzas negras que se clavan en mi alma.

Palpita mi corazón. No es cómo comienza, sino como termina… Bendito sudor

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