África

África

«Alma se distraía viendo flotar las nubes desde la ventana del avión. Cuando comenzó el vuelo, sintió cierta ansiedad al tener que desconectarse del mundo virtual. Guardó su smartphone y se recostó. Era tal su adicción al trabajo que, a pesar de estar allí porque el explotador de su jefe se lo había exigido, se sentía culpable por perdiendo un tiempo para ella irremplazable.

Llegó a aquella tierra con ganas de abandonarla antes de ni siquiera pisarla. Caminando por dónde el guía la llevaba sin mirarla, atenta a lo que a dos palmos le contaba su móvil sin para de vibrar. Pero, entonces, levantó por un segundo la vista y ya no pudo volver a bajarla más. Un cielo, que le pareció pintado a mano por el mismo Dios, bañaba el horizonte, cargado de nubes a punto de llorar sobre un lago abarrotado de nenúfares en su mayor esplendor. Todo tipo de aves, flamencos, cebras… disfrutaban de lo que ella hacía mucho que ya no tenía: libertad.

Su corazón se llenó en África de atardeceres anaranjados, escondiéndose tras una Sabana dormida; de tierra rojiza, gruesa, cálida como un hogar; y de silencios eternos, que se palpan, interrumpidos por los sonidos de aquello que nunca tienes tiempo de escuchar… la vida.

Descubrió que el hogar no es en el que naces, sino el que te da la paz que necesitas para ser mejor.

Y ya no volvió… Sería como Meryl Streep en memorias de África, solo le faltaba encontrar a su Robert Redford».

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